María Amelia Schaller
Escritora nacida en Esperanza, provincia de Santa Fe, lugar donde reside.
Libros editados:
* Canto sereno
* Cuentos verdes
* Seguidora nostalgia
En impresión:
* Sangre y savia
El grafito
Ronda que tiene un sueño de armonía,
se desliza entre roces y asperezas
inmolando ataduras verticales
en la pátina gris de su clemencia. *
Es tan blando, tan suave y vulnerable
que le pide a la arcilla fortaleza
y a la madera un rígido esqueleto
que proteja su cuerpo y lo sostenga
en ese apasionado alumbramiento
que agota febrilmente su existencia
cuando sobre el papel traza el camino
que va desde la idea hasta el poema.
Sangre y savia
…me pidió que plantara unos árboles nuevos
para brindar amparo a su futuro techo.
- ¿Qué especies? – pregunté.
- Lo dejo a tu criterio.
Desde entonces mis ojos, amorosos y atentos
aprenden de follajes, de colores, de suelos...
Con la misma ternura del prodigioso tiempo
en que mi entraña grávida era dulce aposento,
hoy preparo otra cuna, que seguirá creciendo
y será su refugio cuando acabe mi tiempo.
Hacia el sur, grevilleas, con hojas como helechos
y unas copas frondosas que sorberán los vientos
y alzarán una escala con avidez de cielo
tapizada de oro en noviembre y febrero.
Algunas casuarinas, con sus trajes severos de luctuosa llovizna
silbarán el lamento del campo castigado cuando arrecien los vientos.
Hacia el norte y el este he de pintar de asombro los cambios de estaciones:
junto al grisáceo aromo
fugazmente alhajado con pompones de oro,
la elegante magnolia sostendrá con su tronco
durante el año entero su follaje lustroso.
Cuando el calor comience, le ofrecerá un tesoro de flores perfumadas
(marfileño y sedoso, desplegará el capullo su cuenco candoroso).
Y habrá un palo borracho
-verde y ventrudo tronco, erizado en volcanes menudos y espinosos-
que al derramar la nube de sus flores rosadas
protegerá en un cofre sus granos de esperanza
hasta que se dispersen, arropados en paina.
Quiero también brindarle todo el verdor de un palto
que por el aire claro elevará sus ramas,
preñadas con los frutos que miman la garganta.
Galas de primavera, jacarandá y lapacho:
ha de llegar el lila cuando muera el rosado.
Un ibirá-pitá alzará candelabros de flores amarillas
y junto al encarnado terciopelo del seibo
evocará en verano la bandera de España
(recuerdo del linaje de sus antepasados).
Al mirar al oeste,
donde ya se insinúa la pendiente hacia el río
brillará su poesía la piel del eucalipto
bajo la luz oblicua, contra el cielo rojizo.
Y los robles…
los robles, aislados o reunidos
derramarán frescura sobre charcos umbríos bajo el sol del verano
y en policromo ciclo,
serán llamas de otoño y osamentas del frío
hasta que nuevamente se asome un verde tímido
a iniciar la aventura circular de su rito.
Más allá, solitario, un ombú como aquellos de mi infancia lejana
un ombú gigantesco de tortuosas raíces,
silueta de la pampa
tangible y corpulento sueño de hierba mansa...
Hijo:
yo siempre quise darme sin tiempo y sin medida
pero no pude hacerlo; ¿cómo pensar que vos me enseñarías?
Te dejo en esta tierra no sólo protección: te dejo vida
en la callada santidad del árbol, que crece y se prodiga
en sombra, en flor, en fruto...
en la rotunda afirmación de fe de la semilla.
Me quedo en esta tierra, dulcemente,
en la raíz oscura y escondida
-profundo y necesario fundamento de la verde y visible maravilla.
Me quedo en los colores del paisaje
el mismo, pero nuevo cada día.
Sabrás que lo pensé para tus ojos.
Me quedo en esta tierra, tuya y mía
para ser el apoyo de tus sueños
tu descanso, tu punto de partida.
Me quedo en esta tierra aunque me vaya
porque en vos, yo soy tierra florecida.
Atardecer
Sobre un diáfano cielo que se ahonda
navegan nubes de vellón ardiente.
Salpica el aire, bulliciosamente,
la algazara tardía de la fronda.
Las penas danzan una turbia ronda
en torno al duelo del cariño ausente.
La tarde es una noche adolescente
y la luna, una lágrima redonda.
Herido en el confín del firmamento,
el himno de la luz se ha desmayado.
Llamas muertas de gris impulsa el viento,
se derrama un silencio agazapado
y me duele en la piel el sentimiento
que está vivo, aunque lo haya sepultado.
Reja
Dame la mano, Amor, que ya se posa
un desmayo lavanda en el ocaso
y en un puñal de reja está cautiva
la hoja que aleteaba en el espacio.
Amor, tú puedes rescatar su sueño;
impúlsala a volar desde tu mano;
danza con ella este minué de otoño
que ya el invierno acecha su cansancio.
Líbrala de esa reja que la clava
¿no ves que tiene corazón de pájaro?
¿Libre?
Te vas. Por fin te vas.
Abro el espacio, suelto el silencio,
libo mi paz.
¡Qué bálsamo al dolor de siempre ausencia
descansar de esperar!
Lumbre
atesorado y encubierto fuego
sueño
de la palabra en celo
cielo
a conquistar
insomne rescoldo
grávido de versos.
Penumbra
Zumbidos de motores se acercan y se pierden
fantasmales
atraviesan los muros campanadas lejanas.
Me envuelve la quietud en la penumbra.
Desde el reloj
acompasadamente se derraman
los delicados pasos de la tarde.
Hay orfandad de voces y miradas.
Hay condena de ausencia
sobre la piel despierta que te llama.
Archivo del blog
- enero (144)
Me encantó leerte nuevamente, amiga.
ResponderEliminarTu poesía penetra en mi espíritu con la plenitud de un oasis, con la gracia de lo auténtico.
Me gustó mucho "Reja", lo que decis y el cómo; la música que expresa.
Abrazos
Bertha