Sergio De Matteo

Escritor nacido en 1969, en Santa Rosa, provincia de La Pampa, lugar donde reside

Libros publicados:
* Soles violentos (1995)
* Absurdo / Absoluto (1996)
* Ozono (1997)
* Criatura de mediación (2005)
* El prójimo: pieza maestra de mi universo (FEP, 2006)
Libros inéditos:
* Barqueros (poesía, 1997-2002)
* Canto errante (poesía, 2003)
* Estar fuera de casa (poesía; —fotografías de Paz Garrido—, 2004)
* Morder el polvo (poesía, 2005)
* La luz de las águilas (poesía, 2006)
* Estatua de sal (poesía, 2006)
* Los tigres de la ira (cuentos, 1997-2004)
* La acusación de la incertidumbre (nouvelle, 1999-2006)
Ensayos en proceso:
* Jorge Luis Borges en La Pampa
* Ensayo sobre poesía patagónica
* Ensayo sobre literatura pampeana
* Muestra de poesía «patagónica-argentina», junto al editor Andrés Kurfirst
* Antología poética argentina, junto al profesor Jorge Warley
* Publicaciones en torno a la poesía de J. C. Bustriazo Ortiz


Aeropuerto

“ahí empezó otra vez a soplar ese viento desgraciado”
Jorge Spíndola, Calles laterales, 2002


Esa tarde, al cruzar la alambrada, comprendieron
en el mismo sur dónde queda la imaginaria patria del viento,
han sentido como penetra con su sagaz aguja
y alisa lentamente la carne desnuda de la memoria.

Esa tarde, nombres de héroes los acompañan.
Ese sitio hostigado sigue purgándose del mal del mundo.
El viento insiste, impone su prepotencia, castiga
y sigue su arduo trajinar a ninguna parte, da vueltas
en redondo, gira sin motivos y desanda los recuerdos.
Ahora el viento se cuela entre los ladrillos demolidos,
avanza sin cesar. Ese sonido insistente y pusilánime
se enrosca en la abertura de un hierro oxidado,
elevando un canto triste hacia la cima del cielo.
El sol, a pesar de la congoja que habita en cada uno
de los caminantes, proyecta su cálida lumbre,
envuelve las sombras en una fiesta de primavera.

En la jornada quieren completar imágenes que yacen
latentes desde hace años en la raíz de la conciencia.
Aún combaten tenaces, colgados todavía, y sabiéndolo,
a un fragmento de la historia, marchan a traspié
interpelando al silencio con otro silencio más profundo:
¿qué sucedió en ese lugar? ¿dónde perdura el fuego de la lucha?
Unos se miran ungidos por la verdad, otros andan cabizbajos;
pero sólo está el silencio, imponente, repujando todo con su aullido;
ahí, pues, el imperio solitario del viento. El sol se desteje en su caída
y huye entre las matas secas hacia el horizonte descolorido,
los rostros custodian el último ardor y recogen retazos de luz
para ocultar en el día vencido la melancolía palpitante de la sangre.

Esos hombres, esas mujeres, hablan y reponen batallas,
conjeturan en el centro del crepúsculo de un astro que se va
y deja apagada, sin destellos, la extensa meseta de la Patagonia.
El viento golpea aún más fuerte el pecho argentino, los huesos
respiran entre el viento, trasiegan haciendo estallar palabras;
han contado suficientes costillas desde el descubrimiento
para que le hinquen otra dentellada a ese paisaje expoliado.

Sólo quieren una semilla de aquel sueño: que han buscado entre las piedras.
Procuran colmar toda esa ausencia: que han buscado entre las piedras.
Piensan en aquellos luchadores: buscándolos entre las piedras.
Lacera una urgencia corporal en el empecinado invierno de los corazones.

Perdida la vista a lo lejos, casi llorosa, digieren las líneas de los textos,
de las fotografías aprehendidas sobre ese pasado rastreado entre las ruinas
y las pintadas del aeropuerto de Trelew. El viento pega su último cimbronazo
y cada uno de ellos erige sus pequeñas estaturas enfrentándolo;
sin embargo, el viento, se empeña en abandonar la pista de vuelo. Ese viento,
esa memoria, se refugian en los resquicios de las paredes mutiladas,
en el ímpetu que aviva la inflexible sed de victoria, de justicia.

a Santiago Deymonnaz, Carolina Puente, Vivian Acuña,
Nancy Millá, Pablo di Santo.
Aeropuerto (abandonado) de Trelew-Chubut, 22 de noviembre de 2002.



Polvareda en las bardas

Jornada que prolonga su duración sobre la tierra polvorienta.
Cielo más que amplio y más que recto:
vastas horas de lumbre en el horizonte de la pampa.

Nubes, pájaros y humos surcan por el firmamento,
son como sombras que van ocultando antiguos astros;
y en su viaje señalan rumbos, anuncian profecías,
tal si fueran dioses convocados, piedras solares.

El paisaje insinúa con decir algo; quizás musitar la clave del universo.
En la lejanía, caballos redomones, caldenes persuasivos.
En la siesta todo evoluciona morosamente.
Sobre la espalda del médano reposa el matuasto original.

Mientras tanto un ánima le rinde cuentas a la memoria:
camina el paisano espectral por las bardas,
el poncho al viento, la alforja repleta de papeles:
descubre colores, intuye sonidos, escribe, puntea melodías,
cantares consumiéndose como una hoguera taciturna.

Un rostro trasciende el espejo, curtido, pero sin mácula,
con signos en la arena ha conjurado todos sus pecados.
El laberinto, el pueblo o el sueño persiguen a cada uno de los hombres.
Aunque la bicicleta ha perdido al conductor continúa rodando
por las calles; giros y giros por el único eje del tiempo.

Fotografías en blanco y negro: a modo de anclaje del recuerdo.
Un manojo de flores secas, de hojas marchitas,
fue dejando el andariego en la puerta de sus amadas;
besos y señas que fundaron una estirpe,
allá y acá esa mirada vencida por la ceguera.

Pero no hay noche que lo apague, no hay vino que lo duerma,
porque la guitarra afinada con el temple del diablo
no se cansa de reiterar acordes bardinos.

El agua del río está casi quieta, opaca, muerta…

Polvareda en las bardas, Julio, sólo polvareda con tu huella
de regreso a la infancia.

a Julio Domínguez, in memoriam


Semillas


Sólo desnuda da sombra la flor
Roberto Juarroz


I
Enciende el fuego
enciéndelo,
encendidos todos los fuegos
repártelo;
pero al fuego
de los fuegos,
protégelo.

II
Entrar a la noche
para desnudar a la flor;
con ambas manos
destejer los hilos de su cuerpo.
Y en el crepúsculo
renacer desde la sombra
ante la flor desnuda.

III
A cada paso que das en el mundo
arriesgas tu luz, pero no toda tu luz.
Aunque a veces cruzas los puentes
y haces equilibrio en los andamios,
sabes que acechan siempre las sombras.
A pesar de todo, das pasos en el mundo.

IV
Un hombre sostiene en sus manos
dos corazones
como si fueran pájaros
desafiando al viento.

Ese hombre rastrea pulsaciones de luz,

tiembla sobre sus piernas,

se socava y nombra;

canciona.

V
Una mujer cautiva a un hombre
y lo sostiene como si fuera una rama
lidiando contra el tiempo.

Esa mujer apaga incendios.

Su beso es el paraíso.

VI
La distancia
entre ambos resplandece;

se cierra
para ocultar la sombra;

quiebran la luz.

Una noche de amor puede ser infinita.

a Casiana Torres

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