Pablo Anadón
Nació en Villa Dolores, Córdoba, en 1963
Libros publicados:
* Poemas (Colmegna, Santa Fe, Primer Premio “José Cibils” 1979)
* Estaciones del árbol / Stagioni dell’albero (Il Nuevo, Vecchio Stil, Córdoba, 1990, traducción al italiano de Oreste Macrì)
* Cuaderno florentino y otros poemas italianos (Università degli Studi della Calabria, Rende, Italia, 1994)
* Lo que trae y lleva el mar – Poesía 1978-2003 (Rubbettino, Soveria Mannelli, Italia, 1994)
* La mesa de café y otros poemas (AMG Editor, Logroño, España, 2004)
* El trabajo de las horas – Poesía 1994-2004 (Ediciones del Copista, Col. “Fénix”, Córdoba, 2006).
Traduciendo a Robert Frost
“One luminary clock against the sky
Proclaimed the time was neither wrong nor right”
R. F.
Es más de medianoche
Y en mi sillón de siempre
A la luz de la lámpara, traduzco
O intento traducir a Robert Frost.
Toda la casa está en silencio;
Duermen los hijos, duerme la mujer.
Paladeo el tabaco de la pipa
Y las palabras de sabor antiguo
Y nuevo: I have been one
Acquainted with the night.
Tintinean los hielos en el vaso
De oro líquido. El oro de las horas
Tintinea en el alma, con un eco
De eternidad. No encuentro las palabras,
Pero así desearía que me hallara la muerte:
Con mi libreta y con mi lapicera
Jugando al juego de la poesía
─Que, como bien sabemos,
Es un juego bien serio─:
Viejo de cuerpo pero en alma un niño
Que convierte el dolor que lo desvela
En historias soñadas que se cuenta en silencio.
La desdicha del hombre, y este amor que agoniza,
Se aquietan en el cuadro azul de la ventana:
Un reloj luminoso contra el cielo
Proclamaba que el tiempo no era bueno ni malo.
Río de los sauces
A Esteban
Cuántas horas inmóviles
Me he quedado a la orilla de este río
Viendo el verde dorado
De las aguas veteadas de reflejos,
El vuelo repentino de algún pájaro,
Las variaciones leves de la luz
Sobre las hojas, y las formas
De las nubes que van hacia el azul de la montaña.
Ya entonces era el que miraba
El transcurrir ajeno de la vida.
Años antes viajábamos aquí
Y las tardes pasaban
Con esa placidez lenta e indecisa
Del ave que planea por el cielo lejano.
No había diferencia en aquel tiempo
Entre ser y vivir, ver y mirar,
Y el río que se iba para siempre
En su deriva hacia el atardecer
Era el mismo que ahí se nos quedaba
Remolineando en torno de las piernas.
No recuerdo la angustia de que acabara el día.
Muchos de aquellos que veníamos
Al río, hoy ya no existen; de los otros
No sé más que las frases que se dicen
Tras la cena en la rueda familiar,
Señas que alumbran sin sentido
Como la inmensa dispersión
De estrellas en las noches de verano.
Ahora que anochece sobre el río
Como en mi vida, observo
A los hijos que juegan en la orilla,
Sigo el humo que va del cigarrillo
Hacia la claridad que se demora
En el temblor plateado de los álamos,
Y entrecierro los ojos como quien
Se acostumbra a la luz de la mañana
O a la ceguera de la oscuridad.
Escucho el invariable
Y diverso rumor entre las piedras,
Las voces más queridas, el agudo
Silbo de un pájaro desconocido…
Me preparo a partir, sin quejas, sin palabras.
El ruido de la segadora
De pronto el ruido de la segadora
Se ha acallado, y entonces percibimos
Que nos ensordecía… Y entreoímos
En la mente el latido de esta hora
Silenciosa del campo. Hay una hora
Así en la vida, cuando lo que fuimos
Por años, se detiene, y descubrimos
Que esa voz que se apaga y se demora
Es la nuestra. Sentado en el sillón
De mimbre viejo en el umbral de casa
He traído de nuevo al corazón
Tanta cosa querida, y en la escasa
Luz del día he rezado una oración
Por vos, por mí, por lo que fue y ya pasa.
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