José María Pallaoro

Escritor nacido en la ciudad de La Plata en 1959 y residente en la ciudad de City Bell, provincia de Buenos Aires desde el mismo año.

Libros publicados:
* El viaje circular
* Pájaros cubiertos de ceniza
* Cuando llueve el mundo es otro
* Andante ma non troppo tren
* Poemas anteriores
* Son dos los que danzan
* Basuritas y otras plaquetas


Jean Paul Sartre

Bajo el árbol
el joven caza moscas

Le pesa el desamparo y
el frío rostro de la existencia

El juego de la soledad
en el bostezo del viento


La escritora
(Una medida adecuada a todo)

Comenta la señora que hace más de 15 años
que no necesita de los favores de ningún hombre
Que para eso se compró un gato

Y que suele descargar en la escritura
toda la libido –no me importa
lo que diga Braudillard–

El trabajo manual lo hace
encima del sofá con la tele encendida

El gato ronronea y ella
le estampa en la frente la letra “P”


Música de jazz

Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa. Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.


Calles

Las calles suelen terminar, de eso estoy seguro. Un amigo dice que en bares, otro en una casa de tenue luz roja, un tercero en un tala que viene de la infancia. Convengamos que los lugares donde las calles terminan pueden ser infinitos, o casi. A la sombra del paraíso estiro las piernas y sofocado tomo el áspero y putrefacto aire que pareciera llegar del norte, trato de darme impulso, y seguir caminando, al sur.


Margaritas

Estamos en la cocina. Mira viejas fotos y sonríe. Le convido un mate y cariñosamente dice que después, que ahora está caminando por calles reconocidas. Tomo el mate que le convidara y sigo leyendo el libro que dejé sobre la mesa. Es un libro de poemas de un amigo de Buenos Aires. Tiene un nombre de mujer el libro de mi amigo. “Pero no es el tuyo”, le escucho decir. “No, no es tu nombre que se repite una y otra vez”. Tendré que deshojar la margarita como ella deshoja las fotos que sacamos hace apenas un rato de una caja de zapatos.


Oymyakon

Hay agua sobre el escritorio en estado líquido. ¿Resto de una mateada? Es posible. Pero todo el mundo apoya vasos y botellas, lágrimas que contuvieron durante la noche y pasean junto al nuevo amanecer. No pongo en tela de juicio la mateada, aunque siempre toma solo en las horas en que puede estar solo. En las otras, con cualquier excusa dice que tiene que caminar por el jardín, estirar las piernas, elongar, llevar los brazos lo más cerca posible del cielo. “No te mates”, le gritan. “Vení, tomáte este verdolaga que entibia”. Ellos nada saben de este inmenso escalofrío a siete mil kilómetros de Moscú.


Medios

“Por el prado de la inocencia no se llega a ningún lugar”. El Gran Maestro barruntaba claridad en sus conceptos. “Que la verdad no nos haga perder el sendero de nuestro bien”, y aconsejó a su discípulo embarrar la cancha, tirar clavos miguelitos, cáscaras de banana, un poco de aceite de oliva para sahumar un aliento evangelizador. Hizo armar cuevas con alacranes y parvas para alimentar a bestias venenosas que no menciono para no avivar giles. Luego, el Gran Maestro ordenó a su lacayo: “Levántate y anda”. Y el muchacho se levantó y anduvo, muy poco por cierto, cayó, envenenado, mortalmente. Al otro día, el Gran Maestro, un tuteador de primera, publicó en los clasificados del gran diario argentino: “Discípulo busco. La Verdad te espera. Vacante limitada.”


Sin poema

Estas palabras no pudieron cruzar el río
Se quedaron en la orilla
esperando
esperando

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