Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires.
Autor de numerosos ensayos sobre arte, filosofía y mito, y de novelas y libros de poesía.
Profesor de las carreras de Sociología y Ciencias de la Comunicación de la UBA; profesor del área de Letras del Centro Cultural Rojas y Borges; y profesor asociado de la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino.
Es creador y director de la página cultural www.temakel.com y de la revista digital Kenos.
Deseo de gloria
¿Dónde encontraré la gloria?
¿La encontraré cuando camino entre castillos destruidos
o al esquivar
puñales de hielo
en este tiempo de valles congelados?
¿Encontraré lo glorioso
en esta era sin fuego
ni altares
de dioses de vino y ensueño?
Y mientras dura mi incertidumbre
invito a la luna
a fulgurar en mis cabellos
con sus rayos de plata;
a la mujer la acaricio, penetro y venero
para que en la tierra siembre
campanadas fértiles;
al cóndor le imploro que grite
algo noble entre los vientos;
a los cristales de los altos edificios
les propongo que celebren la risa del sol;
al pez le pido que guíe
mi deseo del brillo digno
hasta los lechos profundos;
y la luna, la mujer, el cóndor, los cristales y el pez me contestan,
pero, aun así,
no encuentro molinos de aspas gloriosas en mí;
no relampaguean
cáliz sublimes
en mi garganta
lastimada de sequedad.
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
Recorro el océano de rizos de agua
y algo glorioso encuentro;
observo el lento y tierno bosque de caricias
de la madre sobre el hijo,
y algo glorioso descubro;
me acerco a las manos de amor del niño
sobre la piel del animal,
y algo glorioso encuentro;
contemplo las alas del ave
que derraman
lavas de dicha
en cimas celestes,
y algo glorioso descubro;
pero en mi historia y mi oxígeno,
en mis ojos de volcanes rugientes
aún no descubro
el calor y vértigo glorioso.
Entonces, dime, dime: ¿dónde encontraré la gloria?
¿Cómo podré encontrarla entre la pasión asesinada,
entre la belleza castigada,
y la poesía asfixiada?
¿Cómo podré encontrarla en la selva
urbana y superficial
donde no se bebe
el licor del rayo
ni los jugos de la diosa
del bosque profundo?
¿Cómo haré para ser
cascada gloriosa
en el pozo
de los mercaderes y frívolos?
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
¿Dónde, dónde me bañaré en sangre de dragones?
¿Dónde renaceré en el vientre de una antigua diosa?
¿Dónde descubriré las armaduras
que reflejen los cielos
del vuelo libre del halcón?
¿Dónde descubriré
el relámpago
que me conceda
voz de trueno
para invocar
a las musas
de la poesía
sagrada?
¿Dónde está la gloria?
¿Dónde podré encontrarla?
Sólo en los libros
de fatigada historia
hallo las batallas
donde defender la honra.
Pero ahora ya no tengo
la espada
ni el yelmo de alas terribles;
no tengo caballo
ni el combate de la estampida heroica;
no tengo la bendición
de una bandera de colores fogosos
ni el beso de la princesa
de bellos huertos en sus senos
y de cristales de agua tersa en sus ojos.
Sólo tengo en las espaldas
puñales de angustia
y el raro destino de venerar
aún, solitario,
el fuego y la nube.
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
No sé dónde encontrarte.
Pero, ten por seguro
que te buscaré
aun entre las calles que ignoran la rareza de mis plumas;
aun dentro de la tumba del Quijote derrotado;
te buscaré
entre los cementerios
de árboles y estandartes,
porque sé que
en alguna repentina tormenta futura
mi corazón
al fin lo devorará
la diosa
que enciende de fuegos claros
la mañana que
gloriosa
siempre vuelve.
Vuelve.
A pesar de la niebla fría.
Niño que corre
Niño que corre,
por las orillas de las selvas,
por los humos del ocaso,
por la sangre de la cierva blanca.
Niño que corre,
entre la bestial ráfaga de lo estúpido;
entre blancos huesos en los jardines;
entre chimeneas y pájaros inertes.
Niño que corre,
sobre cerros de serpientes;
sobre el hipopótamo frenético;
sobre las ballenas de las melodías de agua.
Niño que corre,
dentro
de la ácida mueca del misil;
dentro
del violín desmembrado en las máquinas;
dentro
del húmedo sufrir del árbol;
dentro del cansancio.
Sin fe en el renacer.
Niño que corre,
en los himnos del bosque;
en langostas que trepan hacia el relámpago;
en rocas que meditan en orgías creadoras;
en
uvas
que
chisporrotean.
En
nimbados
ojos
de los dioses.
Niño que corres,
para que un artista
todavía sea
el que se burla de las tumbas.
Samurai
I
Tenue cae la nieve, sobre los bosques de cedros.
Emocionado, camina el viento sobre los cerezos.
El pájaro narra la aventura de volar.
La montaña reposa con sus brazos de rocas.
Es la quietud.
El reflejo de la cima blanca
sobre las pupilas del lago.
El Fujiyama cabrillea en el agua.
El agua libera poemas.
Y arriba una espada brilla.
El sol es.
II
Lento es el movimiento.
El acariciar de los dedos sobre la flor.
El cerezo medita.
A veces, se ve un pensamiento.
Hay una mente, de nervaduras y hojas.
El Samurai contempla.
Piensa.
III
Sobre el papel de arroz
el pincel susurra la tinta.
Tinta negra.
La esperanza baila,
aunque no se mueva.
La primavera lo dice en el bosque.
En el anillo de la madera.
La mano que brotó del filo del sable,
ya debe escribir:
Bushido.
IV
El árbol está firme.
Tú debes llegar a la firmeza.
Tu paso no será confuso.
Caminarás en el dorso del paisaje.
Que permanece.
La belleza no huye.
Los valores claros no se sepultan.
La roca le es fiel a la tierra.
La nube le es fiel al sol.
Tú serás fiel a tu Señor.
V
La mariposa descansa.
El rayo la contempla.
La admira.
VI
En la aldea vive la suavidad de mujer.
Allí, su vientre crea la nueva sonrisa.
Para el cerezo.
VII
Tu piel es el lecho,
para que se posen los principios.
Nunca los olvides.
Nunca los traiciones.
Sé el agua
que nunca abandona su cauce.
Tu cuerpo,
ataviado para la guerra,
que sea la playa,
la arena,
donde siempre se repitan los valores:
compasión, lealtad, servicio, coraje,
justicia. sinceridad, cortesía.
Honor.
VIII
En la fragua se repiten los truenos.
Luego el sol brilla en el horno.
El herrero se enorgullece con el calor.
Siembra tormentas con su martillo, en el metal.
Los hombres sin valor son imprecisos, vagos.
La verdad es precisa, continua.
El número exacto de golpes se necesita
para el nuevo brazo.
La matemática precisa del martillo es necesaria,
para explicar el nuevo brazo que te ha nacido.
Tu espada.
IX
La mañana despierta a los caballos.
Lo bello sopla un ciempiés.
Es la hora de la furia
del espíritu y el metal.
En el hogar,
ahora
los extranjeros levantan ídolos de oro.
Y crean los ejércitos
de cañones y fusiles y soldados sin ancestros.
Que matan a la distancia.
Pero tú eres guerrero.
Eres samurai.
Eres el que venera al Emperador,
dios en la tierra.
Eres el que honra al enemigo
al atravesar sus entrañas.
Cara a cara.
Y montas en los caballos, tan orgullosos como tú.
Las armaduras esculpen el gesto feroz.
La espada en alto.
El sol
que aúlla
en el dorso de los sables
y las lanzas.
Frente están las milicias urdidas por el extranjero,
las sombras del Imperio que se inclina.
Pero el Samurai brilla.
Que corran ya los caballos.
Que aúlle el aire al paso filoso de las espadas.
Miles de guerreros de antaño erupcionan en tu brazo,
Samurai,
el que extiendes hacia el tiempo nuevo que viene.
Y la punta de tu espada
ya necesita esgrimir
el dulce tajo sobre la carne.
Tu ira exige ya
el cuello enemigo.
Pero las ametralladoras te insultan por primera vez.
Imperceptibles, silban los dardos fulminantes.
Ebrio,
preciso,
corre el huracán cobarde
de las balas pequeñas.
Que no aceptan el combate valeroso,
pecho contra pecho.
Y ahora reinan
los torrentes rojos
que esmaltan la tierra del combate.
Que vieron tus antepasados.
Y la montaña se derrumba.
Lenta.
Su reflejo se sofoca en el lago.
Las armaduras crujen
entre vendavales de astillas.
Junglas de sangre escupen los cuerpos.
El aire enrarecido se regocija con la muerte.
Y tu espada cae.
Lenta.
Delicada.
El claro metal contempla los cerezos.
Has sido el honor.
Y tu espada cae.
Lenta.
Sobre la hierba herida.
¿Dónde encontraré la gloria?
¿La encontraré cuando camino entre castillos destruidos
o al esquivar
puñales de hielo
en este tiempo de valles congelados?
¿Encontraré lo glorioso
en esta era sin fuego
ni altares
de dioses de vino y ensueño?
Y mientras dura mi incertidumbre
invito a la luna
a fulgurar en mis cabellos
con sus rayos de plata;
a la mujer la acaricio, penetro y venero
para que en la tierra siembre
campanadas fértiles;
al cóndor le imploro que grite
algo noble entre los vientos;
a los cristales de los altos edificios
les propongo que celebren la risa del sol;
al pez le pido que guíe
mi deseo del brillo digno
hasta los lechos profundos;
y la luna, la mujer, el cóndor, los cristales y el pez me contestan,
pero, aun así,
no encuentro molinos de aspas gloriosas en mí;
no relampaguean
cáliz sublimes
en mi garganta
lastimada de sequedad.
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
Recorro el océano de rizos de agua
y algo glorioso encuentro;
observo el lento y tierno bosque de caricias
de la madre sobre el hijo,
y algo glorioso descubro;
me acerco a las manos de amor del niño
sobre la piel del animal,
y algo glorioso encuentro;
contemplo las alas del ave
que derraman
lavas de dicha
en cimas celestes,
y algo glorioso descubro;
pero en mi historia y mi oxígeno,
en mis ojos de volcanes rugientes
aún no descubro
el calor y vértigo glorioso.
Entonces, dime, dime: ¿dónde encontraré la gloria?
¿Cómo podré encontrarla entre la pasión asesinada,
entre la belleza castigada,
y la poesía asfixiada?
¿Cómo podré encontrarla en la selva
urbana y superficial
donde no se bebe
el licor del rayo
ni los jugos de la diosa
del bosque profundo?
¿Cómo haré para ser
cascada gloriosa
en el pozo
de los mercaderes y frívolos?
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
¿Dónde, dónde me bañaré en sangre de dragones?
¿Dónde renaceré en el vientre de una antigua diosa?
¿Dónde descubriré las armaduras
que reflejen los cielos
del vuelo libre del halcón?
¿Dónde descubriré
el relámpago
que me conceda
voz de trueno
para invocar
a las musas
de la poesía
sagrada?
¿Dónde está la gloria?
¿Dónde podré encontrarla?
Sólo en los libros
de fatigada historia
hallo las batallas
donde defender la honra.
Pero ahora ya no tengo
la espada
ni el yelmo de alas terribles;
no tengo caballo
ni el combate de la estampida heroica;
no tengo la bendición
de una bandera de colores fogosos
ni el beso de la princesa
de bellos huertos en sus senos
y de cristales de agua tersa en sus ojos.
Sólo tengo en las espaldas
puñales de angustia
y el raro destino de venerar
aún, solitario,
el fuego y la nube.
Dime, dime entonces: ¿dónde encontraré la gloria?
No sé dónde encontrarte.
Pero, ten por seguro
que te buscaré
aun entre las calles que ignoran la rareza de mis plumas;
aun dentro de la tumba del Quijote derrotado;
te buscaré
entre los cementerios
de árboles y estandartes,
porque sé que
en alguna repentina tormenta futura
mi corazón
al fin lo devorará
la diosa
que enciende de fuegos claros
la mañana que
gloriosa
siempre vuelve.
Vuelve.
A pesar de la niebla fría.
Niño que corre
Niño que corre,
por las orillas de las selvas,
por los humos del ocaso,
por la sangre de la cierva blanca.
Niño que corre,
entre la bestial ráfaga de lo estúpido;
entre blancos huesos en los jardines;
entre chimeneas y pájaros inertes.
Niño que corre,
sobre cerros de serpientes;
sobre el hipopótamo frenético;
sobre las ballenas de las melodías de agua.
Niño que corre,
dentro
de la ácida mueca del misil;
dentro
del violín desmembrado en las máquinas;
dentro
del húmedo sufrir del árbol;
dentro del cansancio.
Sin fe en el renacer.
Niño que corre,
en los himnos del bosque;
en langostas que trepan hacia el relámpago;
en rocas que meditan en orgías creadoras;
en
uvas
que
chisporrotean.
En
nimbados
ojos
de los dioses.
Niño que corres,
para que un artista
todavía sea
el que se burla de las tumbas.
Samurai
I
Tenue cae la nieve, sobre los bosques de cedros.
Emocionado, camina el viento sobre los cerezos.
El pájaro narra la aventura de volar.
La montaña reposa con sus brazos de rocas.
Es la quietud.
El reflejo de la cima blanca
sobre las pupilas del lago.
El Fujiyama cabrillea en el agua.
El agua libera poemas.
Y arriba una espada brilla.
El sol es.
II
Lento es el movimiento.
El acariciar de los dedos sobre la flor.
El cerezo medita.
A veces, se ve un pensamiento.
Hay una mente, de nervaduras y hojas.
El Samurai contempla.
Piensa.
III
Sobre el papel de arroz
el pincel susurra la tinta.
Tinta negra.
La esperanza baila,
aunque no se mueva.
La primavera lo dice en el bosque.
En el anillo de la madera.
La mano que brotó del filo del sable,
ya debe escribir:
Bushido.
IV
El árbol está firme.
Tú debes llegar a la firmeza.
Tu paso no será confuso.
Caminarás en el dorso del paisaje.
Que permanece.
La belleza no huye.
Los valores claros no se sepultan.
La roca le es fiel a la tierra.
La nube le es fiel al sol.
Tú serás fiel a tu Señor.
V
La mariposa descansa.
El rayo la contempla.
La admira.
VI
En la aldea vive la suavidad de mujer.
Allí, su vientre crea la nueva sonrisa.
Para el cerezo.
VII
Tu piel es el lecho,
para que se posen los principios.
Nunca los olvides.
Nunca los traiciones.
Sé el agua
que nunca abandona su cauce.
Tu cuerpo,
ataviado para la guerra,
que sea la playa,
la arena,
donde siempre se repitan los valores:
compasión, lealtad, servicio, coraje,
justicia. sinceridad, cortesía.
Honor.
VIII
En la fragua se repiten los truenos.
Luego el sol brilla en el horno.
El herrero se enorgullece con el calor.
Siembra tormentas con su martillo, en el metal.
Los hombres sin valor son imprecisos, vagos.
La verdad es precisa, continua.
El número exacto de golpes se necesita
para el nuevo brazo.
La matemática precisa del martillo es necesaria,
para explicar el nuevo brazo que te ha nacido.
Tu espada.
IX
La mañana despierta a los caballos.
Lo bello sopla un ciempiés.
Es la hora de la furia
del espíritu y el metal.
En el hogar,
ahora
los extranjeros levantan ídolos de oro.
Y crean los ejércitos
de cañones y fusiles y soldados sin ancestros.
Que matan a la distancia.
Pero tú eres guerrero.
Eres samurai.
Eres el que venera al Emperador,
dios en la tierra.
Eres el que honra al enemigo
al atravesar sus entrañas.
Cara a cara.
Y montas en los caballos, tan orgullosos como tú.
Las armaduras esculpen el gesto feroz.
La espada en alto.
El sol
que aúlla
en el dorso de los sables
y las lanzas.
Frente están las milicias urdidas por el extranjero,
las sombras del Imperio que se inclina.
Pero el Samurai brilla.
Que corran ya los caballos.
Que aúlle el aire al paso filoso de las espadas.
Miles de guerreros de antaño erupcionan en tu brazo,
Samurai,
el que extiendes hacia el tiempo nuevo que viene.
Y la punta de tu espada
ya necesita esgrimir
el dulce tajo sobre la carne.
Tu ira exige ya
el cuello enemigo.
Pero las ametralladoras te insultan por primera vez.
Imperceptibles, silban los dardos fulminantes.
Ebrio,
preciso,
corre el huracán cobarde
de las balas pequeñas.
Que no aceptan el combate valeroso,
pecho contra pecho.
Y ahora reinan
los torrentes rojos
que esmaltan la tierra del combate.
Que vieron tus antepasados.
Y la montaña se derrumba.
Lenta.
Su reflejo se sofoca en el lago.
Las armaduras crujen
entre vendavales de astillas.
Junglas de sangre escupen los cuerpos.
El aire enrarecido se regocija con la muerte.
Y tu espada cae.
Lenta.
Delicada.
El claro metal contempla los cerezos.
Has sido el honor.
Y tu espada cae.
Lenta.
Sobre la hierba herida.
poesia basura, la espada y la pija que metafora mala,que mal escribis !!!!!!
ResponderEliminara lamujer la penetro y la venero que asco